sábado, 29 de junio de 2013

Lindísima amapola

Papaver rhoeas
Comenzamos este viaje con la delicada y aterciopelada amapola. Existen diversas especies de amapola, la que aquí se muestra es la amapola silvestre o común, Papaver rhoeas, muy abundante en la zona mediterránea, aunque también está muy extendida por otras zonas de Europa, Asia y el norte de África.

Es una planta anual cuya parte más destacada es la flor, de un color rojo escarlata intenso, pero de pétalos muy delicados que se marchitan rápidamente. Es la flor típica de la primavera. Hasta finales de junio podemos encontrar campos de cultivo densamente alfombrados de rojo, como los de las siguientes fotos.
Olivos rodeados de amapolas cerca de Cervera del Maestre (Castellón)
Campo de amapolas cerca de Amposta (Tarragona)
 
La amapola común también se puede cultivar en el jardín. Requiere exposición a pleno sol, riego moderado y no es muy exigente con el tipo de suelo. Es muy fácil reproducir a partir de las semillas pero hay que tener cuidado por su tendencia a invadirlo todo.

No debemos confundir esta especie de amapola con la Papaver somniferum (adormidera) de la que se extrae el opio. La amapola común no contiene morfina pero sí contiene en toda la planta compuestos con propiedades sedantes, aunque estos no tienen importantes efectos tóxicos si no se toman en exceso. Sus flores se han utilizado desde hace siglos en medicina natural para aliviar problemas respiratorios (bronquitis, tos) y del sistema nervioso (insomnio, ansiedad, nerviosismo). Las hojas tiernas, recogidas antes de la floración, son comestibles; hay que hervirlas para eliminar su ligera toxicidad. Y las semillas tostadas son ampliamente utilizadas en panadería.

Y como no podía ser de otra forma, os dejo con la música de la canción Amapola interpretada por Los Indios Tabajaras y acompañada por los cuadros de Giuseppe Infantino. La música de esta canción fue compuesta allá por el año 1924 por el compositor español José María Lacalle.


Las plantas no regañan

Estar rodeada de plantas, observar sus formas, texturas  y colores, así como las diferentes formas de vida que las rodean me produce tranquilidad. Quizás porque cuando estoy entre ellas no oigo el ruido del tráfico, ni de las excavadoras, ni de mis estudiantes bulliciosos. Las plantas no me regañan, me dan la bienvenida y me invitan al sosiego del alma.

Siempre he sentido cierta atracción hacia las plantas, aunque sin llegar a la obsesión. Mis primeras experiencias con el Reino de los vegetales se remontan a mi niñez. Cada año, cuando llegaba el buen tiempo, mi familia (padres, hermanos, abuelos, tíos y primos) salía de excursión al campo, y mientras el resto de los niños hacía el cabra por el monte yo me dedicaba a recoger flores silvestres que después repartía alegre y orgullosamente entre las mujeres de mi familia. Aunque, secretamente, la principal destinataria de tan hermoso ofrecimiento era mi madre, siempre pensé que ninguna de las mujeres allí presentes debía quedarse sin su ramito de flores.

Al pasar los años mi interés por los vegetales continuó, pero el tamaño del piso de mis padres no lo dejó crecer demasiado. Aún así probé germinar semillas diversas en macetas (sin demasiado éxito, todo hay que decirlo), transplantar los cactus de mi abuelo (hacerlo sin pincharse se convirtió en mi nuevo reto) y soñar con algún día tener mi propio jardín o huerto en casa.

Y mientras me dedicaba a otras cosas, y casi sin quererlo ni buscarlo, mi sueño se hizo realidad, al menos en parte porque lo del huerto aún no se ha materializado. Ahora estoy en mi segunda casa con jardín propio. En realidad es un proyecto en progreso, pero como ya sabemos muchos, disfrutar del camino es lo que hace que el destino valga la pena.


Y con este pensamiento y una foto de mi proyecto en curso, os doy la bienvenida a mi blog.